Por José
Gallardo y Piero Ghezzi.
Existe en el país una creciente preocupación por la
coyuntura económica mundial, y sus efectos sobre nuestra economía. Tal
preocupación es excesiva, y además nos distrae de los verdaderos problemas de
la economía peruana en su relación con el mundo: nuestro rezago en mejorar las
capacidades productivas y en generar fuentes alternativas de crecimiento.
Tiene sentido primero describir el contexto mundial
actual. Antes de la crisis del 2008, el entorno externo había sido muy
favorable. Combinó un crecimiento mundial alto y estable con inflación
baja y altos precios de las materias primas. A partir de la crisis, el
crecimiento de los países desarrollados cayó y se hizo más volátil.
Por algún tiempo, el alto crecimiento chino y los
estímulos macroeconómicos globales permitieron que las cotizaciones de las
materias primas se mantuvieran altas. En el último año esto cambió. Los
programas de estímulo tienen efectos menores, y el crecimiento potencial chino
ha caído de 10% a 7.5%.
Sin embargo, la economía mundial no está
desacelerándose. Según el FMI, el crecimiento global del 2013 será 3.1%, igual
al del 2012. Para el 2014, se espera que se acelere a 3.8%. Esta aceleración ya
empezó. La semana pasada, el influyente semanario The Economist indicó
que la economía global ya está rebotando.
Entre los economías más grandes, y luego de un
primer trimestre débil (1.1% de crecimiento) como consecuencia de la
contracción fiscal que anuló la mayor demanda doméstica, el crecimiento en
Estados Unidos ha aumentado y se espera que se consolide alrededor del 2.5%. El
fortalecimiento de los mercados laboral e hipotecario le da sostenibilidad a
este crecimiento.
La economía japonesa ha respondido a los estímulos
macroeconómicos. Tendría este año un crecimiento de 2%, que es respetable dado
que su población decrece. En la zona euro, el crecimiento en el segundo
trimestre fue positivo por primera vez en dos años. El crecimiento debería
consolidarse a tasas moderadas. Inclusive en China, a pesar del descenso
estructural en su crecimiento, los indicadores recientes sugieren un riesgo
menor de una desaceleración abrupta.
La caída en los precios de los minerales ha
impactado, sin duda, nuestra economía. Sin embargo, estos aún son históricamente
altos. Por ejemplo, el cobre está 25% debajo de su pico histórico en el 2011,
pero es 4 veces el nivel del 2004, cuando comenzó el boom de las materias
primas. De la misma manera, el oro cayó 25% en los últimos dos años, pero es
3.5 veces el nivel del 2004. Los costos de producción han aumentado, pero en
buena medida se debe a cuellos de botella internos. Crucialmente, en ambos
casos los precios han aumentado 10% en el último mes.
En general, la situación externa es menos mala de lo
que se percibe internamente. El país tiene, además, un potente arsenal de
herramientas macroeconómicas en caso la situación se deteriorara. Difícilmente
se repetirán en el futuro inmediato crisis financieras como las que tuvimos en
el pasado.
¿Cuáles
son los verdaderos retos y amenazas para el Perú?
Tal vez no hemos comprendido bien, como país,
nuestro verdadero problema en relación con el mundo. Nos preocupa una aparente
desaceleración en el crecimiento mundial, pero no las respuestas de los países
a un crecimiento global más esquivo. El resto del mundo está mejorando su
competitividad de manera continua. Por ejemplo, la principal amenaza al sector
textil peruano no es la inexistente recesión norteamericana o el tipo de
cambio, sino la ganancia en productividad y calidad de productos de nuestros
competidores. Además de los tradicionales, las economías africanas se están
sumando al mercado mundial con una mayor y mejor oferta. Asimismo, algunos
países desarrollados están fortaleciendo su producción en la industria ligera.
Podríamos estar enfrentando un problema resaltado
por Gerschenkron (1965). El aumento de salarios en los países de ingresos
medios que crecen resulta muchas veces en una pérdida de competitividad
respecto a países pobres. Para compensar, se requiere continuar aumentando la
productividad. Pero esto es más complicado. Ya no solo se requiere copiar
tecnologías del exterior, sino organizar las estructuras de los mercados,
mejorar los incentivos y complementariedades, o directamente innovar.
Por lo tanto, debemos mejorar las capacidades
productivas de la economía y transformar el Estado. En la década pasada, las
mejoras en el sector privado y el incremento de las cotizaciones de las
materias primas ocultaron las falencias del Estado. Pero en las condiciones
actuales es más difícil crecer. El sector público tiene que convencerse de la
necesidad de tomar un rol más activo en la inversión y el crecimiento, a través
de su liderazgo, visión y capacidad de crear complementariedades. El sector
privado tiene que convencerse de que este fortalecimiento del Estado es
condición necesaria para seguir creciendo y desarrollarnos.
Fiscalmente, es necesario introducir una regla de
gasto y hacer realidad las mejoras en eficiencia. Esto permitiría financiar
apuestas en educación, salud, tecnología e infraestructura; sintonizar más la
política fiscal con el ciclo económico; y ordenar y potenciar políticas
esenciales e inversiones públicas.
La caída del canon es una oportunidad para
implementar mejoras. Las transferencias deben ser menores, reflejando la menor
recaudación, pero más predecibles. Se podría hacer transferencias estables
basadas en los precios de mediano plazo de las materias primas. Ello permitiría
una mejor planificación en los ámbitos local y regional y complementaría el
fondo anunciado por el ministro Castilla.
En suma, debemos preocuparnos menos por la evolución
del crecimiento mundial, cuyas señales recientes sugieren un rebote, y
preocuparnos más por nuestras propias capacidades productivas en relación a
otras economías. Esto es lo que, en el largo plazo, va a determinar nuestras
posibilidades de competir y crecer.
Publicado el
22 de agosto del 2013 en Gestión.
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