sábado, 23 de noviembre de 2013

Lo que más importa de la situación externa

Por José Gallardo y Piero Ghezzi. 
 
Existe en el país una creciente preocupación por la coyuntura económica mundial, y sus efectos sobre nuestra economía. Tal preocupación es excesiva, y además nos distrae de los verdaderos problemas de la economía peruana en su relación con el mundo: nuestro rezago en mejorar las capacidades productivas y en generar fuentes alternativas de crecimiento.

Tiene sentido primero describir el contexto mundial actual. Antes de la crisis del 2008, el entorno externo había sido muy favorable.  Combinó un crecimiento mundial alto y estable con inflación baja y altos precios de las materias primas. A partir de la crisis, el crecimiento de los países desarrollados cayó y se hizo más volátil.

Por algún tiempo, el alto crecimiento chino y los estímulos macroeconómicos globales permitieron que las cotizaciones de las materias primas se mantuvieran altas. En el último año esto cambió. Los programas de estímulo tienen efectos menores, y el crecimiento potencial chino ha caído de 10% a 7.5%.

Sin embargo, la economía mundial no está desacelerándose. Según el FMI, el crecimiento global del 2013 será 3.1%, igual al del 2012. Para el 2014, se espera que se acelere a 3.8%. Esta aceleración ya empezó. La semana pasada, el influyente semanario The Economist indicó que la economía global ya está rebotando.

Entre los economías más grandes, y luego de un primer trimestre débil (1.1% de crecimiento) como consecuencia de la contracción fiscal que anuló la mayor demanda doméstica, el crecimiento en Estados Unidos ha aumentado y se espera que se consolide alrededor del 2.5%. El fortalecimiento de los mercados laboral e hipotecario le da sostenibilidad a este crecimiento.

La economía japonesa ha respondido a los estímulos macroeconómicos. Tendría este año un crecimiento de 2%, que es respetable dado que su población decrece. En la zona euro, el crecimiento en el segundo trimestre fue positivo por primera vez en dos años. El crecimiento debería consolidarse a tasas moderadas. Inclusive en China, a pesar del descenso estructural en su crecimiento, los indicadores recientes sugieren un riesgo menor de una desaceleración abrupta.

La caída en los precios de los minerales ha impactado, sin duda, nuestra economía. Sin embargo, estos aún son históricamente altos. Por ejemplo, el cobre está 25% debajo de su pico histórico en el 2011, pero es 4 veces el nivel del 2004, cuando comenzó el boom de las materias primas. De la misma manera, el oro cayó 25% en los últimos dos años, pero es 3.5 veces el nivel del 2004. Los costos de producción han aumentado, pero en buena medida se debe a cuellos de botella internos. Crucialmente, en ambos casos los precios han aumentado 10% en el último mes.

En general, la situación externa es menos mala de lo que se percibe internamente.  El país tiene, además, un potente arsenal de herramientas macroeconómicas en caso la situación se deteriorara. Difícilmente se repetirán en el futuro inmediato crisis financieras como las que tuvimos en el pasado.
 
¿Cuáles son los verdaderos retos y amenazas para el Perú?
 
Tal vez no hemos comprendido bien, como país, nuestro verdadero problema en relación con el mundo. Nos preocupa una aparente desaceleración en el crecimiento mundial, pero no las respuestas de los países a un crecimiento global más esquivo. El resto del mundo está mejorando su competitividad de manera continua. Por ejemplo, la principal amenaza al sector textil peruano no es la inexistente recesión norteamericana o el tipo de cambio, sino la ganancia en productividad y calidad de productos de nuestros competidores. Además de los tradicionales, las economías africanas se están sumando al mercado mundial con una mayor y mejor oferta. Asimismo, algunos países desarrollados están fortaleciendo su producción en la industria ligera.

Podríamos estar enfrentando un problema resaltado por Gerschenkron (1965). El aumento de salarios en los países de ingresos medios que crecen resulta muchas veces en una pérdida de competitividad respecto a países pobres. Para compensar, se requiere continuar aumentando la productividad. Pero esto es más complicado. Ya no solo se requiere copiar tecnologías del exterior, sino organizar las estructuras de los mercados, mejorar los incentivos y complementariedades, o directamente innovar.

Por lo tanto, debemos mejorar las capacidades productivas de la economía y transformar el Estado. En la década pasada, las mejoras en el sector privado y el incremento de las cotizaciones de las materias primas ocultaron las falencias del Estado. Pero en las condiciones actuales es más difícil crecer. El sector público tiene que convencerse de la necesidad de tomar un rol más activo en la inversión y el crecimiento, a través de su liderazgo, visión y capacidad de crear complementariedades. El sector privado tiene que convencerse de que este fortalecimiento del Estado es condición necesaria para seguir creciendo y desarrollarnos.

Fiscalmente, es necesario introducir una regla de gasto y hacer realidad las mejoras en eficiencia. Esto permitiría financiar apuestas en educación, salud, tecnología e infraestructura; sintonizar más la política fiscal con el ciclo económico; y ordenar y potenciar políticas esenciales e  inversiones públicas.

La caída del canon es una oportunidad para implementar mejoras. Las transferencias deben ser menores, reflejando la menor recaudación, pero más predecibles. Se podría hacer transferencias estables basadas en los precios de mediano plazo de las materias primas. Ello permitiría una mejor planificación en los ámbitos local y regional y complementaría el fondo anunciado por el ministro Castilla.

En suma, debemos preocuparnos menos por la evolución del crecimiento mundial, cuyas señales recientes sugieren un rebote, y preocuparnos más por nuestras propias capacidades productivas en relación a otras economías. Esto es lo que, en el largo plazo, va a determinar nuestras posibilidades de competir y crecer.
 
Publicado el 22 de agosto del 2013 en Gestión.

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